Dime, ¿Quién soy?

Querido diario:

Sé que no hablamos desde hace mucho, tal vez desde que era una niña, que no tenía más que una libreta y un lapicero que me había comprado papá.

Pero hoy te escribo y siento que me eres más necesario que nunca, porque te escribo para acordarme.

Para acordarme de cosas tan simples pero a la vez importantes como el nombre de mí difunto marido, mi hijo y mis nietos, los cuales siempre me acompañan con sus fotos en la mesilla de noche.

Quizás mañana cuando despierten me parezcan unos extraños.

Hay veces que los recuerdos me van y me vienen, cuando mi mente se nubla, no reconozco ni mi propio nombre. Me olvido incluso del nombre de los compañeros de la residencia que viven conmigo… Y eso crea en mí una horrible sensación donde se mezclan el enfado y sobre todo, el vacío.

Pero hay un recuerdo, que sí que siempre permanece intacto. Era un jueves, a la siete de la tarde, hacía un buen día. Ese fue el día que me dieron el diagnostico que se me quedó grabado a fuego. Las palabras del neurólogo fueron claras: padecía de “Deterioro cognitivo” debido a mi edad.

No escribo esto para quejarme de la vejez ni mucho menos, pues es el último acto de nuestra vida, un acto que se parece mucho a la niñez… Y por eso he vuelto a escribirte.

Al final nos vamos de esta vida igual que como vinimos, con otra persona cuidándonos y pendientes de nosotros. La diferencia es, que en el espejo, no veo una niña con dos coletas llena de energía, sino que veo una melena blanca y una tez arrugada.

Lo que sí que veo igual son mis ojos, aunque a veces no recuerdo quien soy, sí que veo que mis ojos siguen siendo los mismos.

Es la verdad, reconozco que se me olvidan las cosas. La última vez que fui a la compra no pude regresar a casa porque no reconocía las calles.

Puede que de verdad necesite vivir acompañada de gente que me cuide.

Desde que me di cuenta, me aferré a mi diario para a escribir mis recuerdos cuando aún tengo un buen día.

En mis días nublados espero que tú, hijo mío, o las personas que me cuidan me lean mis recuerdos y quizás me hagan regresar o pensar que un día fui una persona feliz.

Tengo miedo a la soledad, y a ese innombrable momento que forma parte del ciclo vital.

Espero que cuando me llegue la hora no esté sola, que alguien me coja la mano, unos ojos a los que mirar, parece una tontería pero me hace sentir mejor, más tranquila ante algo que será inevitable para todos.

El último fragmento que dejaré en mi diario será para el principal protagonista de mi vida, el que espero que me estará cogiendo de la mano en mi último suspiro, mi hijo:

“Mamá, te has ido…

Estamos muy tristes, pero sé que te fuiste como querías…

Acompañada…, no de mí, porque te fuiste tan rápido que no llegué a tiempo…

Y no te imaginas lo que siento eso Mamá…

Pero sé que las cuidadoras estuvieron contigo…

Agarraron tu mano…

Acariciaron tu cara…

Y te pudiste ir en paz.

Por eso les estaré agradecido toda mi vida.

¡Tú último deseo fue cumplido gracias a ellas mamá!

Nunca te olvidaré…

¡Te quiero!”

Leticia Corte Cabricano
Gerocultor