Empecé a escribir estas líneas mientras por el pinganillo de la frecuencia interna de la residencia una de mis compañeras gerocultoras solicitaba mi asistencia en una habitación. Nada grave, caso menor, pero lo suficientemente importante para que aparcase momentáneamente la tarea de redacción y volviese a mis quehaceres de oficio.
De modo que abandoné la comodidad de mi nueva silla de escritorio, me atusé el recién planchado uniforme de licra y preparé con mimo el nuevo carro de curas, cuyas ruedas engrasadas me permiten recorrer los pasillos del centro sin tener que maldecir y llamar a los artificieros.
Así es que cuando me puse manos a la obra o, mejor dicho, guantes a las manos, comenzó una tarea sustancial en nuestro trabajo: el seguimiento de una incidencia. Aunque para ser justos, esta tarea tiene su preludio en el mismo momento en el que la auxiliar comunica el nuevo suceso. De modo que, sin aburrir demasiado con los detalles de esta misión, comienza aquí un seguimiento exhaustivo, protocolizado y multidisciplinar según el cual cada integrante del árbol jerárquico tiene una labor definida, desde las gerocultoras hasta el director del área médica, desde la observación hasta la toma de decisiones.
Una vez realizada la primera intervención sobre la incidencia que aquí nos compete, trazo el camino de vuelta y antes de continuar con estas líneas, dejo constancia escrita de este último suceso y de mi primera actuación ante él.
A los pocos minutos recibo un mensaje en la plataforma móvil donde comunicamos las novedades: mis compañeras, terapeuta ocupacional y fisioterapeuta, me indican que este nuevo suceso quizás tenga que ver con un episodio ocurrido en el día de ayer. Unos minutos más tarde, el médico se une a la conversación y plantea una posible solución. Acordamos entre todos cómo y cuándo llevar a cabo este procedimiento, se lo planteamos a la dirección y a las encargadas e integramos en la ecuación a las gerocultoras, trazando una línea invisible pero sólida, que permita que absolutamente todos los integrantes de este engranaje entiendan y compartan el procedimiento que se está llevando a cabo.
El vuelo de los estorninos, más allá de las cuestiones técnicas y artísticas que suponen su portentosa coreografía, conlleva una causa contundente: la supervivencia. Estas aves bailan surcando el cielo mediante danzas conjuntas y totalmente coordinadas, luchando así contra sus potenciales cazadores, de forma que estos no puedan fijar la vista en un solo individuo y se vean envueltos en un torbellino de formas que los hipnotiza.
Así es como queremos hacer equipo en la Residencia Los Fresnos. Bailando todos al son de la misma música, con un ritmo que nos haga a cada uno partícipes indispensables de una cadena que se mantenga firme y unida a pesar de las águilas y demás aves rapaces que nos amenacen.
¡Qué bien sienta sentirse equipo!